Érase una vez, en un establo blanco, grande y bonito; en el que vivía, Bluto, un pastor alemán, amable y feliz..
Una mañana, como era habitual, llegó Blas el cartero, intentó ladrarle, lo intentó de verdad, para que se asustara como todas las mañanas, pero sólo le salía un pequeño balbuceo, hasta las gallinas se partían de risa mirándolo,más tarde, pasó por allí Blanki, el gato de la granja, que además de blanco como dejaba claro su nombre, era bastante egoista y vago, nunca ayudaba a Bluto cuando salía con las ovejas, total que a Bluto la caía gordo y trató de asustarlo ladrándole, pero de nuevo no pudo, Blanki, que lo vió, en vez de reirse de él como hicieron las gallinas, se acercó y le preguntó lo que le pasaba, cuando se lo contó, Blanki lo observó, con esa cara que ponen los gatos, dijo miau, y le dio un golpazo en la espalda a Bluto y este sin poder decir ni guau, escupió un pedazo de hueso blanco, que tenía en la garganta, y así, a partir de ese momento, Bluto no se metió más con Blanki y Blanki le ayudó siempre.
Yo os lo conté como me lo contaron, dadme una limosna si os ha gustado.
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